sábado, 30 de junio de 2012

TERRITORIOS DE LA INFANCIA. Los bordes de la piedad. Patricia Redondo.


Sección Territorios de la Infancia / por Patricia Redondo
Los bordes de la piedad
Fin de año se asomaba con una felicidad mercantilizada. Las fiestas presentaban su habitual escenografía de principios de noviembre. Los íconos navideños insinuaban la premura de los brindis y cierres anuales, el festejo se aproximaba y lo realizado o pendiente buscaba un equilibrio imposible de saldar. Entre ofertas y descuentos las acciones dirigidas a mitigar “los daños colaterales” de la desigualdad se multiplicaron y sobre todo se visibilizaron.
Cuando los destellos de las luces de fin de año…aún brillaban, el diario mostraba con languidez las pocas novedades de un nuevo comienzo de año. Una nota periodística se destaca: “Los Reyes Magos visitaron la cárcel donde viven las madres y los hijos”. Me detengo, a página completa, se describe la visita de actores disfrazados que con voluntad solidaria reparten sonrisas entre las presas y sus hijos e hijas menores de cuatro años. Niños y niñas que cumplen con sus madres condenas en una de las unidades carcelarias bonaerenses. Un comentario recogido por el periodista, destaca que “si uno se olvida que está en la cárcel, éste es un jardín como de Colegiales”. Un primer impulso me obliga a recortar la noticia, la similitud entre el adentro carcelario y el afuera urbano me produjo una ligera inquietud…
Continúo leyendo. La perplejidad aumenta cuando el periodista describe el día a día de los niños y niñas con sus madres, en particular, de dos que nacieron allí y que “chapotearán entre risas en la nueva pelopincho”. Allí; es la cárcel de Ezeiza, lugar que se lo presenta casi sin muros, naturalizado, como un espacio infantil más. Allí, aún más de veinte niños viven en cautiverio. Sin embargo, las palabras de la nota periodística opacan esta injusta condición destacan la celebración con caras felices y pegoteadas. Una pátina filantrópica tiñe las palabras. Uno de los actores disfrazado de Rey Mago comenta: “vi caras felices (…). Fue la imagen de un jardín de infantes como los de mi barrio, Colegiales”.
La espuma de la felicidad por la visita es interrumpida. Una madre invita a los actores a ver “su casa”, la celda. “Vení que te invito a que conozcas mi casa” y ya dentro, reclama a los presentes que les hacen falta ventiladores. Otras internas, así las nombran, narran parte de su calvario, la falta de condenas, el llanto de sus hijos con las visitas, la solicitud de arresto domiciliario y la denegación del juez. Y así de seguido…Frente a los reclamos un sentimiento piadoso, un sentimiento de compasión…se instala, las apariencias se disuelven.
En dirección opuesta a las tendencias internacionales de los últimos años respecto de la legislación de derechos de la infancia, y a más de quince años de que la Convención del Niño tenga rango constitucional en la Argentina, niños y niñas menores de cuatro años continúan en prisión en un acompañamiento forzado con sus madres. Las cifras de la niñez en dicha condición no se conoce públicamente y queda bajo la órbita del servicio penitenciario la atención directa de esta problemática. Problemática, que requiere de una solución urgente e inmediata que efectivice los derechos que amparan a la infancia. Si se visitan otras cárceles en la Argentina donde están alojadas madres con hijos en pabellones especiales, la situación empeora. Lo que se conoce como un efecto de “prisionalización” afecta a los más pequeños y las condiciones de vida se precarizan.
Los dibujos infantiles evidencian, en parte, los efectos que las restricciones de la vida en las cárceles producen. Los hombres son dibujados sin piernas, así los observan en las torretas de la cárcel, y a las seis de la tarde se cierran los pabellones y el afuera recortado del patio, obtenido gracias a rebeliones domésticas, se clausura. Las madres pueden llevar a sus niños y niñas al jardín de infantes siempre y cuando su comportamiento sea aprobado por las guardias cárceles. El recorrido que hasta las salas del jardín permite respirar “ocho metros de cielo” es muy deseado y, por eso, con frecuencia prohibido.
Infinitas veces, organizaciones sociales han denunciado la situación de los niños en las cárceles en la Argentina, sobre todo desde que en 1996 la edad para estar con sus madres se amplió desde los dos años a los cuatro en dirección contraria a la jurisprudencia internacional y a los programas que intentan restituir la red de vínculos de las mujeres y su nueva inserción social posibilitando el arresto domiciliario y la protección de la maternidad desde el embarazo.
En la nota periodística, una de las autoridades expresa: “El evento, sirve para que las internas se sientan acompañadas y sepan que la sociedad está con ellas. Desde todas las áreas de la Unidad se trabaja para fortalecer este vínculo madre e hijo para que sepan que lo que tienen con ellas es un ser humano y no un herramienta.” En este testimonio supuestamente bienintencionado no es difícil encontrar una mirada sobre la interna moralizante y estigmatizante. “Para que sepan” ubica al otro en el lugar del no saber, en una asociación que ubica a la maternidad como un vínculo privilegiado sobre el cual reposa la familia pero que en el caso de las presas deber ser aprendido y no utilizado para fines que no se aclaran, sólo dejan una mancha de sospecha.
Las mujeres con sus hijos sufren enormes dificultades: desde las causas de su detención ya que en muchas ocasiones ocupan el lugar más lábil en una cadena de delitos, no tienen una defensa adecuada y en el caso argentino pueden pasar muchos años sin juicio. Asimismo, se le suma con frecuencia un abandono por parte de sus parejas y un aumento de su soledad distanciadas de sus grupos familiares de origen. Los niños que de manera forzosa acompañan a sus madres reciben el efecto de las rupturas familiares y también de un énfasis mayor del rol maternal, generándose situaciones complejas.
A pesar de la gravedad de lo que acontece en las cárceles, la sociedad se desentiende de esta situación. Donde se tiene que profundizar los derechos de los niños, entre ellos el derecho a la educación, la compasión reemplaza a la libertad. El jardín de infantes que se constituyó en el escenario de los reyes magos funciona al interior de la cárcel, es decir que no escapa a la lógica de una “institución total” y tampoco interrumpe la propia experiencia infantil en cautiverio. La novedad es de qué modos en nombre de la protección se sostienen situaciones insostenibles. Si la educación expresa una práctica de la libertad es difícil imaginarla desde edades tempranas al interior de espacios de reclusión.
Un barniz discursivo progresista naturaliza aquello que es necesario transformar con urgencia. En un texto lúcido Martha Nussbaum nos invita a atender lo que nombra como el ocultamiento de lo humano. Lo humano, condición que parece ser del orden de lo natural no se resuelve sólo en el campo jurídico. E insiste, en reconocer “una cultura de la crueldad” en las dinámicas dolorosas que estigmatizan a los niños y la necesidad de generar un ambiente facilitador como lo proponía Donald Winnicott que permita que los niños y jóvenes vivan bajo el amparo de una sociedad que les brinde una buena vida alejada de las marcas del estigma.
No representa una contradicción con todo derecho que los niños reciban educación en la cárcel, cuál es el su identidad manchada que justifica semejante destino ¿Cuál es la culpa de aquel que nace cuando nace bajo el estigma social y el desamparo? ¿De qué educación se trata, si el mundo que nombra está por fuera de toda experiencia de conocimiento?
Entre la piedad y el estigma, es momento de pensar la niñez en nuestro país desde las políticas públicas del cuidado y de la atención de que cada niño o niña no sólo requiere de ser reconocido y nombrado en su derecho si no que debe ser alojado en instituciones y espacios que permitan su desarrollo más profundo en calidad de ciudadanos primeros, nuevos, pequeños que necesitan del respeto y la igualdad. Ello dista del espacio carcelario incluso cuando es visitado por los Reyes Magos y la piedad en días de fiesta alarga su mano compasiva.





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